Los sucesivos escándalos que están azotando al Gobierno de Pedro Sánchez, raro es el día en el que no nos enteramos de una nueva irregularidad del gobierno presidido por Mr Handsome, nos obligan a decir que, tal y como está el patio en España, lo mejor que le puede pasar a uno es renunciar a ser ministro. Esto es lo que, en nuestra opinión, le ha sucedido a Pedro Duque, un hombre de gran prestigio pero que, al incorporarse al gobierno sanchista, está viendo lo que supone los entresijos de la política, una actividad que en los últimos tiempos no goza de buena reputación. El listón ético levantado por Sánchez, ayer mismo hablaba de limpiar el país de corrupción, es tan alto que la opinión pública no le pasa ni una.
Pedro Duque tendría que haber imitado a otro español ilustre, y olvidado al mismo tiempo, que rechazó en 1918 ser ministro de Fomento. Estamos hablando del inventor cántabro Leonardo Torres Quevedo, el cual, cuando estaba en el apogeo de su carrera, tuvo la oportunidad, gracias al Marqués de Alhucemas, de convertirse en ministro de Fomento, una cartera que rechazó. Nadie duda del brillante currrículum de Torres Quevedo ni de su capacidad para gestionar, entre otras cosas, las infraestructuras españolas, un campo que conocía bien ya que en su familia hubo personas muy vinculadas al ferrocarril como su propio padre, el cual había trabajado en el ferrocarril de Alar del Rey (Palencia).
A Pedro Duque no le hacía falta ser ministro. Debería haber seguido el ejemplo de Torres Quevedo y se habría ahorrado bastantes disgustos.
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