El lunes 5 de enero de 1987 era el día elegido para regresar a San Fernando desde Almería. Por la noche, mi madre y yo cogeríamos el tren nocturno que unía Almería con Sevilla-San Bernardo, un viaje que tenía una duración aproximada de nueve horas. Una vez en Sevilla, cogeríamos una Unidad Tranvía 440 con destino a San Fernando. Las vacaciones de Navidad tocaban a su fin y, lógicamente, era hora de volver a los quehaceres habituales. Subimos al coche literas y, al poco de iniciar su marcha, apareció el revisor para pedirle a mi madre los billetes. Al verme, el revisor me dijo que me acostara pronto porque Sus Majestades de Oriente harían acto de presencia durante la noche. Me parecía un poco extraño porque yo había recibido mis regalos. Además, un vagón de tren no era el mejor lugar para que los Reyes hicieran acto de presencia. Aún así, creí a pie juntillas lo que dijo el revisor y me fui a dormir.
Serían las 6 de la mañana cuando el tren paró en Córdoba. En mi litera no había nada ni, por supuesto, en el resto del departamento. En esa noche, íbamos tres personas y hubiese sido fácil colocar los regalos por el espacio sin usar que había. Sin embargo, los Reyes se habían olvidado de mí o, sencillamente, tuvieron mejores cosas que hacer. Cuando el tren se aproximaba a Sevilla, apareció el revisor y con cara de asombro, la típica que uno suele poner cuando se ríe de alguien, dijo que los Reyes no habían aparecido. Mi decepción era tan inmensa como la longitud del tren que me vio partir en Almería. Pensé que, quizá, vería un bolsa de caramelos o un bolígrafo de la Renfe o algo parecido. Pero nada. Ni rastro de las barbas de Melchor.
Al llegar a Sevilla-San Bernardo, mi madre y yo fuimos a la cafetería de la vieja estación a desayunar. Allí estaba tan ricamente el revisor tomándose su desayuno. Al verme de nuevo, me dijo que el desayuno que yo estaba degustando era una gentileza de los Reyes Magos. Mi decepción aumentaba exponencialmente cada vez que escuchaba a este individuo. Era evidente que se había cachondeado de mí.
Pasado el tiempo, vi a este revisor en la zona de Sevilla y siempre lo asocié con aquella noche en la que, de una manera brusca, me enteré de la inexistencia de los Reyes de Oriente. Y todo ello, gracias a un espléndido revisor de un tren nocturno.
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