Ayer se conmemoró el tercer aniversario de la tragedia del Alvia, aquel tren que descarriló en la curva de Agrandeira (Angrois, La Coruña) y que provocó la muerte a 81 personas, cuatro de ellas naturales de mi ciudad natal San Fernando. Hace escasos días comenté que la situación ferroviaria de Granada era una vergüenza nacional. Sin dejar de restar importancia a la lamentable situación que vive Andalucía Oriental en materia ferroviaria, tengo que decir que la auténtica vergüenza nacional es la actuación del poder político con respecto al accidente del Alvia. Tres detalles resultan reveladores. En primer lugar, la versión oficial de los hechos apuntaba, como único responsable, al maquinista del tren, Francisco José Garzón Amo. El paso del tiempo ha demostrado que la investigación contenía serios errores por no decir otra cosa más contundente. Así lo reveló la Unión Europea recientemente, al decir que la instrucción de la causa no fue independiente. Por si lo anterior fuera poco, el Parlamento gallego ha rechazado en varias ocasiones, la última el pasado mes, la apertura de una comisión que investigue qué pasó en esa curva fatídica. Finalmente, y como guinda al pastel, Ana Pastor, ministra de Fomento en 2013, ha sido elegida como Presidenta de la Cámara Baja. La antigua ministra de Fomento, cuya gestión al frente del ministerio es grisácea, no ha tenido mayor problema al aceptar su nuevo cargo. En España, un país en el que el verbo dimitir no se conjuga, da la impresión de que hacer mal las cosas tiene su premio. Ana Pastor, y no es la única, ha sido premiada de calle.
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