domingo, 1 de noviembre de 2020

La muerte de Antonio Susillo en San Jerónimo (Sevilla)

El cementerio de Sevilla no es, como ya hemos comentado en otros foros, uno más. Siempre es impresionante visitar un camposanto pero el de la capital andaluza tiene unas características que, desde luego, no dejarán indiferente a quienes lo visiten. El Cristo de las Mieles, que aparece en la imagen que acompaña el presente texto, es, junto con el mausoleo de Joselito, lo más relevante que se puede ver en la necrópolis hispalense. Este crucificado está emplazado la rotonda principal del cementerio y bajo sus pies descansa su autor, el escultor sevillano Antonio Susillo (1857-1896). Este hombre pasó de la gloria a la nada, de la fama a la tragedia. Su biografía encajaría perfectamente en los cánones del Romanticismo más genuino. Según contaba La Ilustración Española y Americana, en su edición del 8 de enero de 1897, Susillo supuso la irrupción, tras dos siglos de inactividad, de la escuela sevillana de escultura. Así, la revista lo sitúa al nivel de Martínez Montañés, La Roldana y Alonso Cano. 

El 22 de diciembre de 1896 tuvo lugar la trágica muerte de Antonio Susillo. El genial escucltor cogió el tren correo de la mañana en la estación de Plaza de Armas y se bajó en la de San Jerónimo. Al reanudar el tren la marcha, varias personas, entre ellas la pareja de guardias civiles que iban a bordo, observaron que un hombre. que estaba a un km de la estación, sacó una pistola con la que se pegó un tiro por debajo de la barba. La pareja de la Guardia Civil  disparó sus fusiles y el tren detuvo la marcha. Al poco rato, el tren se marchó y uno de los guardias civiles, desde la estación, comunicó la incidencia mientras el otro custodiaba el cadáver. El juez instructor encontró dos tarjetas, escritas a lápiz, en las que el malogrado artista decía que su heredera era su esposa a la que dejaba como heredera. Según contó la prensa en su momento, parece que la muerte de Susillo vino dada por la ruina económica en la que se hallaba. El escultor, que estaba perdidamente enamorado de su segunda mujer, no escatimó en gastos para contentarla (se gastó 9.000 duros en reformar la casa familiar). Además, esperaba una importante suma de dinero por su trabajo de Colón que iría a La Habana pero el Gobierno, por culpa de la guerra que entonces se libraba en la isla caribeña, no le había pagado de momento. 

Fuente: La Ilustración Española y Americana. 8 de enero de 1897.

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